Compartimos íntegramente la Tribuna de Opinión de Javier Santacruz, publicada en El Español (Invertia), con motivo del 25 aniversario de EFPA España.
Es un llamamiento político y económico. Europa ahorra mucho (es uno de los mayores ahorradores del mundo por detrás de grandes economías como Japón o China en términos de PIB) pero saca poco provecho a su inversión y mayoritariamente lo hace fuera de sus fronteras. El reto, por tanto, no es ahorrar más, sino ahorrar de otra manera. Las necesidades financieras para inversiones estratégicas en defensa, seguridad, infraestructuras críticas y, en general, para contar con la mejor financiación disponible para la innovación son acuciantes.
Así lo reflejan con acierto los informes recientes de Enrico Letta (“Much more than a market”) y Mario Draghi (“The future of European competitiveness”), que coinciden en el diagnóstico: la Unión Europea tiene capital, pero no lo moviliza de manera eficiente. Letta propone avanzar hacia una Unión de Ahorro e Inversión que convierta el enorme ahorro privado europeo en un motor de reindustrialización, de transición verde y de digitalización. Draghi cuantifica la brecha: Europa necesita inversiones adicionales de entre 750 y 800 mil millones de euros anuales, un esfuerzo del 4–5% del PIB, para no quedarse atrás respecto a Estados Unidos o China.
Los hogares europeos acumulan más de 30 billones de euros en activos financieros
Incluso siendo prudentes y con las reservas necesarias cuando los políticos crean la demanda de planes milmillonarios de gasto, la realidad es que se necesita, en cualquier caso, una integración de los mercados de capitales que canalicen eficientemente el ahorro. Los hogares europeos acumulan más de 30 billones de euros en activos financieros, pero casi la mitad está aparcada en depósitos o efectivo. Es un ahorro seguro, pero improductivo.
Según la última encuesta de EFPA y Better Finance, más de la mitad de los europeos (51%) conserva sus ahorros en efectivo o cuentas corrientes, con tan solo un 36% ahorrando de forma regular. En un contexto de inflación persistente y rentabilidad real negativa, esa preferencia por la liquidez se ha convertido en un obstáculo para el crecimiento y para la autonomía financiera europea.
En este sentido, la RIS intenta cambiar ese patrón mediante tres vías: a) mejorar la educación financiera del ciudadano (que no alfabetización, de eso ya más o menos tiene), b) garantizar transparencia y protección en los productos de inversión y c) crear condiciones para que más europeos participen en los mercados de capitales. La meta es que la inversión minorista deje de ser marginal y se convierta en un pilar estable de la financiación de la economía real. Pero para que eso funcione, el marco institucional y fiscal debe acompañar. Ni los incentivos actuales ni la estructura de los mercados permiten que el ahorro fluya con eficacia hacia los proyectos que necesita Europa.
Europa necesita un sistema que premie el ahorro estable, diversificado y con vocación de inversión productiva a través de deducciones
Tres fallas estructurales son: 1) mercados de capitales fragmentados, con reglas, supervisores y fiscalidades distintas; 2) fiscalidad del ahorro ineficiente, que premia la liquidez, el consumo y penaliza la inversión productiva y 3) un sistema financiero excesivamente bancarizado, en el que las familias confían su ahorro a la banca, pero la banca no lo canaliza suficientemente hacia inversión de riesgo o de largo plazo por sus propias limitaciones regulatorias.
Empezando por la parte fiscal, el marco actual de muchos Estados miembros —España incluida — premia el consumo y castiga el ahorro. Los depósitos tributan igual o menos que los fondos de inversión o los planes a largo plazo; los dividendos y plusvalías sufren una doble imposición y los productos destinados a la jubilación viven en una dicotomía permanente entre ser rentas del trabajo o rentas del ahorro. Esta incoherencia fiscal desincentiva asumir riesgo y refuerza el cortoplacismo.
Por consiguiente, Europa necesita un sistema que premie el ahorro estable, diversificado y con vocación de inversión productiva a través de deducciones o diferimientos fiscales generalizados para productos de inversión a largo plazo, incentivos claros para la reinversión de beneficios y dividendos y mayores facilidades para cambiar entre diferentes productos y estrategias de ahorro a largo plazo.
En segundo lugar, se necesita construir, por fin, una Unión de Mercados de Capitales (CMU) eficiente y accesible. Diez años después de que se anunciara la CMU, el progreso es limitado. Persisten 27 marcos regulatorios, distintos sistemas de insolvencia, diferencias fiscales y barreras al flujo transfronterizo de inversión.
Esta fragmentación tiene un coste inmenso: el ahorro se queda “atrapado” dentro de las fronteras nacionales o acaba invertido fuera de la UE. Mientras en Estados Unidos los fondos de pensiones o de inversión canalizan masivamente el ahorro doméstico hacia innovación, energía o tecnología, en Europa el dinero duerme en depósitos bancarios.
Se necesita repensar la función de la banca europea como canalizadora del ahorro
Avanzar hacia un verdadero mercado de capitales único europeo exige armonizar la fiscalidad de los productos de inversión y las reglas de insolvencia, simplificar la emisión y el acceso a instrumentos financieros paneuropeos, crear un marco común para fondos de pensiones, ahorro-inversión y capital riesgo europeos y fortalecer la supervisión centralizada (ESMA) para reducir costes y burocracia. Solo así el pequeño inversor europeo podrá invertir fácilmente en proyectos europeos sin enfrentar un laberinto normativo.
En tercer y último lugar, se necesita repensar la función de la banca europea como canalizadora del ahorro. Durante décadas, el sistema financiero de la UE se ha apoyado en la intermediación bancaria: las familias depositan, los bancos prestan. Pero ese modelo se ha quedado corto frente a las necesidades actuales de inversión en innovación, transición energética y digitalización.
La banca debe evolucionar de intermediario pasivo a plataforma activa de canalización del ahorro hacia la inversión europea ofreciendo productos de inversión diversificados, sencillos y transparentes, colaborando con fondos europeos, gestoras y plataformas digitales para canalizar recursos hacia proyectos sostenibles y tecnológicos y asumiendo un papel más activo de alfabetización (informar y acompañar al cliente para que entienda los riesgos y oportunidades de invertir más allá del depósito) y educación (contar con una mejor estrategia y toma de decisiones a largo plazo).
Al mismo tiempo, los supervisores deben ajustar las reglas prudenciales para que los bancos puedan participar de forma más directa en proyectos de inversión europeos sin comprometer su estabilidad. Otra tarea no menor la tienen los reguladores que, como señalaba recientemente EFPA España, deben “implementar estándares uniformes de divulgación de información, que incluyan detalles sobre las características del producto, costes asociados, riesgos inherentes y posibles rendimientos”. Dentro del marco de simplificación normativa, algo tan sencillo como tener los mismos estándares no se puede quedar fuera.
La próxima década será decisiva. La competitividad europea, su autonomía energética y tecnológica, e incluso su cohesión social dependerán de la capacidad para transformar el ahorro privado en inversión productiva: cada euro que hoy duerme en una cuenta corriente pueda mañana impulsar una planta de hidrógeno, una red de datos cuánticos o una startup europea.
En definitiva, de pasar del ahorro pasivo al ahorro estratégico. Porque el futuro de Europa no solo se decide en los despachos de Bruselas, sino también en cómo cada familia europea decide qué hacer con su dinero.