El coste del «no asesoramiento» y la automedicación financiera en España, por Javier Santacruz Cano

Compartimos íntegramente la Tribuna de Opinión de Javier Santacruz Cano, publicada en El Economista, con motivo del 25 aniversario de EFPA España.

Hablar de ahorro cuando las familias españolas hacen lo que buenamente pueden para llegar a fin de mes es harto complicado. Que hoy estemos en el mismo punto que cuando entramos en la moneda única en 1999 en términos de renta disponible real per cápita con respecto a la Eurozona es revelador de la salud financiera de la clase media en España y, en consecuencia, los límites en los que nos movemos para hacer una gestión adecuada del ahorro existente tanto financiero como real.

Cuando el 63% de las familias en España gastan más de lo que ingresan sistemáticamente a lo largo de su vida laboral (incluyendo el desembolso para la vivienda, considerándola a estos efectos un bien de consumo duradero, no un bien de capital) lo más probable es que quien genera ahorro lo haga con una gestión muy prudente cercana a la parálisis. Valoran como un bien escaso tener los recursos necesarios para afrontar el pago de deudas o la financiación de gastos extraordinarios, pero al mismo tiempo no se preocupan de tener un «colchón de liquidez». Lo que la retórica actual llamaría «cabalgar contradicciones». Algo muy típico que se estudia en finanzas conductuales que se produce cuando el marco de incentivos y los condicionantes del entorno son perversos.

En este sentido, el ahorrador mediano en España actúa dominado por la inercia histórica, el miedo irracional (incluso, en algunas ocasiones, racional) y el cortoplacismo. Cuando estos elementos son condicionantes de la actitud del ahorrador, la reacción no es otra que la parálisis antes señalada y, acto seguido, la «automedicación». Al igual que sucede con la salud, el coste prácticamente nulo de acceder a la información vía internet permite que el ahorrador, agobiado por sus problemas de corto plazo o por sus necesidades de medio plazo, intenta encontrar soluciones fáciles. Un ejemplo muy claro es el de los jóvenes, donde más del 40% se inician a través de recomendaciones en redes sociales tal como advirtió recientemente Josep Soler, consejero ejecutivo de EFPA España.

Y aunque aparentemente las encuentra, no tarda demasiado tiempo en darse cuenta de que es un fracaso: pérdidas cuantiosas en sus inversiones, falta de liquidez de los productos, costes elevados… Es la otra paradoja del ahorro familiar en España. ¿Cómo es posible decir que el ahorrador representativo es «conservador», «prudente», si el riesgo real que asume en los productos donde coloca su ahorro es muy elevado, y con cierta frecuencia este riesgo se materializa en pérdidas importantes? Es más, nadie reconoce que detrás de un ahorrador conservador se esconden conductas de jugador de blackjack. Y no es una licencia poética ni una metáfora de mal gusto: es el nivel de riesgo equivalente a lo largo del tiempo que se asume, por ejemplo, en el mercado inmobiliario residencial.

Pues esto es a lo que podemos denominar el coste del «no asesoramiento». Es un coste económico que se compone de tres elementos. Primero, el coste explícito vía comisiones de los productos, fiscalidad o resultados negativos de la inversión. Segundo, el coste de oportunidad, quizá el más elevado de los tres, porque refleja cuál sería la ganancia probable que estaría obteniendo el ahorrador si hubiera contado con la ayuda de los profesionales adecuados que tienen criterio experto (no necesariamente el acierto, nadie tiene la bola de cristal). Y tercero y último, el coste irrecuperable, que es la quiebra de determinadas inversiones y los errores que no pueden ser enmendados.

Tristemente ésta es la norma y no la excepción. El ahorrador mediano en España está acostumbrado a automedicarse. El miedo a no tener recursos en la jubilación y la inseguridad jurídica de posguerra llevó a tener una preferencia extrema por la vivienda en propiedad, la cual continúa hasta hoy. En consecuencia, los pocos recursos restantes (apenas un 25% de la riqueza neta familiar) se han ido colocando unos pocos al servicio del gasto ordinario (depósitos bancarios, fondos de corto plazo…) y el resto a buscar el «pelotazo» a través de productos y servicios de alto riesgo real y poco riesgo percibido por el ahorrador.

Este escenario cronificado en el tiempo de «no asesoramiento» tiene consecuencias difíciles de enmendar y un «camino de vuelta» tampoco nada sencillo. Es cierto que el esfuerzo de divulgación financiera (alfabetización), de los intermediarios financieros e incluso de algunas instituciones puede ayudar a tomar conciencia. Pero la divulgación no es suficiente e incluso en según qué casos se puede convertir en un incentivo para seguir automedicándose. Es imprescindible enseñar estrategia: cómo pensar, analizar, ser capaz de reunir todos los elementos necesarios para evaluar correctamente los riesgos y, con todo ello, tomar decisiones.

A pesar de todos estos problemas, barreras y desincentivos, podemos decir que hay algún «brote verde». Lo reflejaba hace poco tiempo una encuesta de EFPA España en la que el 73% de los asesores financieros piensan que ahora sus clientes confían en ellos más que nuca. Por aquí se empieza y por aquí es necesario continuar. Una relación estable, de largo plazo y de confianza entre el profesional que sabe y el ahorrador que busca una estrategia, una hoja de ruta, es imprescindible para empezar a recortar distancias con respecto a nuestros socios europeos más avanzados en lo que a salud financiera familiar se refiere.

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